Rosario de Acuña

Rosario de Acuña y Villanueva (Madrid, 1 de noviembre de 1850-Gijón, 5 de mayo de 1923) fue una escritora, pensadora y periodista española.​ Considerada ya en su época como una de las más avanzadas vanguardistas en el proceso español de igualdad social de la mujer y el hombre —y los derechos de los más débiles en general. Nacida en una familia emparentada con la aristocracia,​ se mostró desde muy pronto como una mujer íntegra, creativa e indomable. Su talante librepensador de ideología republicana y su corta pero valiente y provocadora producción teatral, la convirtieron en una figura polémica y en objetivo de las iras de los sectores más conservadores de la España de la segunda mitad del siglo xix y primer cuarto del siglo xx

Hija única de Dolores Villanueva y Elices y de Felipe de Acuña y Solís, de rancio abolengo aristocrático y descendiente del obispo Acuña, famoso líder comunero.​ Su nacimiento, según las fuentes anteriores a 2000, ocurrió en la localidad de Pinto, pueblo cercano a Madrid, en 1851, y según investigaciones del profesor Fernández Riera publicadas en 2005, en la calle de Fomento de la capital española, en 1850.​ El ilustrado ambiente familiar y una grave afección ocular fomentaron una personalidad culta, sensible y con una fuerte base intelectual (intensificada por la tutela paterna). Con apenas diecisiete años, viajó al extranjero, visitando la Exposición Universal de París (1867) y más tarde residió una temporada en Roma, donde su tío, Antonio Benavides, era embajador español.

Su primera colaboración periodística se documenta en 1874, en La Ilustración Española y Americana, y su bautismo literario ocurrió el 12 de enero de 1875, fecha en que se estrenó en el Teatro del Circo, en Madrid, su primera obra de teatro, Rienzi el tribuno —un alegato contra la tiranía—, cuando la autora todavía no había cumplido los veinticinco años de edad.​ No solo el público asistente, sino además críticos como Clarín o venerables dramaturgos como José de Echegaray o Núñez de Arce, le dieron su aplauso y bendición; no en vano, la obra era una llamada a la libertad, y la nueva autora -¡una mujer¡- cerraba filas en el grupo de la intelectualidad liberal española del momento.

En el umbral de la última década del siglo xix, Rosario de Acuña dio a luz su drama más valiente y desde luego el más famoso por atrevido y escandaloso.11nota 4​ Como ninguna compañía estable se atrevía a ponerlo en escena, la autora creó su propia compañía, alquiló el Teatro Alhambra de Madrid, y estrenó El padre Juan en abril de 1891, resultando clamorosos el éxito y el escándalo. Obra anticlerical por antonomasia, acusando a la Iglesia católica de institución “manipuladora y moldeadora de conciencias” y echando por tierra buena parte de los intocables pilares de la sociedad burguesa.7nota 5

Pero a pesar de haber superado la censura previa y contar con el permiso pertinente, el gobernador de Madrid ordenó la clausura del teatro y la interrupción de las funciones. Rosario decide entonces abandonar la capital de España y hace un breve viaje por Europa. A su regreso, Rosario trasladó su residencia al pueblo de Cueto, en las afueras de Santander. La acompañaron, además de su madre, Carlos Lamo Jiménez —un joven que había conocido en Madrid en 1886 y que ya nunca la abandonaría— y la hermana de este, Regina.

Rosario de Acuña, amante del campo y de la naturaleza, llegó a convertirse en una experta en avicultura y una auténtica innovadora en su época. Habiendo acudido a la primera Exposición de Avicultura, celebrada en Madrid en 1902, y publicado en el diario El Cantábrico de Santander una colección de artículos técnicos sobre este primitivo recurso agrario, llegó a recibir una medalla por sus estudios prácticos, investigaciones y labor de difusión de la industria avícola, como un planteamiento de alternativa para la mujer rural.

En 1905, fallece su madre en Santander, y Rosario escribe un soneto dedicado a ella, que incluirá en el testamento que redactó en 1907, con el expreso deseo de colocarlo sobre una losa, junto a la tumba donde descansaban sus restos. La dedicatoria completa decía: “A mi madre, Dolores Villanueva, viuda de Acuña, aquí yacente desde 1905”

Después de que los dueños de la finca santanderina en que había montado la granja le rescindieran el contrato —sometidos quizá a presiones de las fuerzas conservadoras—, Rosario se trasladó a la vecina Asturias y, con el apoyo del Ateneo-Casino Obrero de Gijón, inició en 1909 la construcción sobre un acantilado de su solitaria casa en “La Providencia” (Gijón), en la que habitaría ya desde 1911 hasta su muerte.

Exilio y testamento

Instalada en “La Providencia”, Rosario desataría de nuevo la furia en todos los estamentos convencionales de España, con la publicación de un artículo que le envía a Luis Bonafoux, editor en París del periódico El Internacional («L’Internationale»), en el que muestra su indignación e ironiza el suceso ocurrido en Madrid, reseñado en el Heraldo de Madrid del 14 de octubre de 1911, a propósito de los insultos de un grupo de estudiantes a universitarias de la Universidad Central,​ artículo que, reproducido también en El Progreso de Barcelona del 22 de noviembre de 1911, causó tal escándalo que desató una huelga masiva de estudiantes.​ El gobierno decidió tomar partido del lado de los huelguistas —esta vez sí— planteando el procesamiento de Rosario de Acuña. Ante la perspectiva de ir a prisión, Rosario de Acuña tuvo que exiliarse en Portugal, coincidiendo con la instauración de la república lusa. Poco más de dos años después, en 1913, regresó del exilio gracias al indulto propuesto para ella por el conde de Romanones (que ‘justificó’ el perdón con estas palabras: “Rosario de Acuña, que debe tener más años que un palmar, ha de volver a la Patria, porque es una figura que la honra y enaltece”).

La última crítica que realizó a la religión quedó escrita en su testamento:

“Habiéndome separado de la religión católica por una larga serie de razonamientos derivados de múltiples estudios y observaciones, quiero que conste así, después de mi muerte, en la única forma posible de hacerlo constar, que es no consintiendo que mi cadáver sea entregado a la jurisdicción eclesiástica testificando de este modo, hasta después de muerta, lo que afirmé en vida con palabras y obras, que es mi desprecio completo y profundo del dogma infantil y sanguinario, cruel y ridículo, que sirve de mayor rémora para la racionalización de la especie humana”.
Rosario de Acuña Testamento

Murió a causa de una embolia cerebral en su casa de «La Providencia» el 5 de mayo de 1923, y fue enterrada en el Cementerio Civil de Gijón. En los diarios de aquellas fechas, como El Noroeste, ha quedado noticia de que la manifestación del pueblo asturiano fue extraordinaria.

Perteneció a la Logia Constante Alona, del Gran Oriente de Francia.

Pulsa en las imágenes para leer y/o descargarte los libros de este autor